LA SEMANA pasada comencé un curso oficial que durará hasta mediados de abril. Durante el fin de semana estuve ojeando el manual del curso y enseguida algo me llamó la atención. Todos los términos que se refieren a personas están tanto en masculino como en femenino. Es la primera vez que me encuentro con un texto así. Está redactado siguiendo la reciente normativa que pretende desterrar el sexismo del lenguaje, favoreciendo de este modo la igualdad. Se pretende que el género masculino (los alumnos) deje de considerarse como el genérico para ambos sexos y para ello se emplean o bien términos neutros (el alumnado) o bien –y más frecuentemente– la repetición de ambos géneros (las alumnas y los alumnos). De esta forma, en vez de leer frases tales como «El docente que quiera formar alumnos para que lleguen a ser buenos trabajadores, deberá atender a las necesidades particulares que éstos presenten.» podemos leer «El docente y la docente que quiera formar alumnas y alumnos para que lleguen a ser buenas trabajadoras y buenos trabajadores, deberá atender a las necesidades particulares que éstas y éstos presenten.»
¿Os choca tanto como a mí?
Sabía que este lenguaje existía, pero nunca me lo había me lo había encontrado directamente. Al leer el texto, el lenguaje me parecía extraño, rebuscado y ante todo pesado. Era decir con cuatro palabras lo que se podía decir en dos y ello suponía un claro atentado contra la ley de la economía del lenguaje, por la que las lenguas siempre evolucionan hacia la sencillez. Es lo que explica, por ejemplo, que la «d» de los participios terminados en «–ado» acabe finalmente por perderse y la norma sea decir «Ya hemos cenao.»
Esta mañana he comentado el asunto en clase y justo mientras lo hacía, me di cuenta de que me estaba metiendo en un berenjenal. De la veintena de alumnos que somos en clase, sólo somos dos hombres y encima hoy estaba yo solo. Al comentar el asunto, no pretendía decir que estuviera en contra ni a favor de ese lenguaje, tan solo decir que me resultaba extraño y un tanto pesado. Pero hacer una crítica a esa utilización del lenguaje, siendo yo el único hombre, resultaba objetivamente sospechoso.
Ya sólo faltaría que siendo gay, fuera yo a ser intolerante, cerrado o machista. Siempre me he considerado dentro de la vanguardia del pensamiento librepensador y feroz oponente de todo lo que tenga el más mínimo tufillo retrógrado. ¿Pero soy realmente así? Es muy fácil pensar que no se es machista porque no se piense que el hombre sea superior a la mujer o porque no se crea que el lugar de la mujer esté en casa cuidando de los hijos. Aunque seamos gays, somos hombres y probablemente haya en nosotros algo de nuestra cultura machista, heterosexual y excluyente que tanto criticamos.
Recuerdo que de niño y adolescente, cuando aún no sabía lo era, me molestaban frases como «A los niños les gusta el fútbol.» «A los chicos les gustan las motos.» como si esas afirmaciones me dejaran fuera del concepto de niño y de chico. Siempre ha existido una “heterosexualización” del lenguaje por la cual «Los hombres las prefieren rubias.» y «Las mujeres buscan a su príncipe azul.» Los gays quedamos fuera del concepto de hombre y las lesbianas del de mujeres. Sin embargo, aunque la proporción de gays fuera del uno por mil, ese «uno» ya impediría afirmar que a «los hombres les gustan las mujeres». Habría que decir que «a los hombres heterosexuales les gustan las mujeres». De ese mismo modo, la masculinización del lenguaje hace que el masculino se emplee para referirnos tanto a los hombres exclusivamente como a hombres y mujeres cuando hay representantes de ambos géneros.
Esta mañana, cuando mi profesora quiso cerciorarse de que se habían comprendido sus explicaciones, nos preguntó: «¿Habéis entendido todos y todas?» Ese «todos» era sólo por mí. Si hubiera preguntado legítimamente: «¿Habéis entendido todas?» yo me habría sentido excluido. Es como deben de sentirse las mujeres cuando se utiliza el masculino.
Teniendo en cuenta que las mujeres son más de la mitad de la población —y aún en el caso imposible de que fueran una minoría— ahora pienso que tienen todo el derecho del mundo cuando piden que no se las excluya del lenguaje. Estas repeticiones nos suenan ahora extrañas porque no estamos acostumbrados. Espero que dentro de poco tiempo lo extraño resulte utilizar el masculino como genérico para ambos sexos.
Volviendo al título de esta pequeña reflexión, hay que reconocer que hay gays machistas, gays racistas, gays xenófobos e incluso gays homófobos. Y aunque la única característica esencial que nos define como gays es que somos hombres a los que nos atraen sexualmente los hombres [we like dick.], el hecho de pertenecer a una minoría que durante tanto tiempo ha sido víctima de marginación, desprecio, burlas y privación de derechos ha de hacernos por fuerza replantearnos continuamente las cosas. Si la intolerancia en todas sus vertientes es despreciable en cualquier persona, en personas que son ellas mismas víctimas de la intolerancia es simplemente repugnante.
The Inqueerer